Por: Arturo Abella
[2011]
Con esa especie de “humor serio” que caracterizó su personalidad, Arturo Abella quiso recorrer los vericuetos por los que transitaron algunos personajes, conocidos por causas muy diferentes, desde el punto de la presencia de “don Dinero” en sus actuaciones. Pero, como es natural, “don Dinero” no anda solo por el mundo. Acaba estando en todo y con todos, lo cual hace que el autor, en sus miradas panorámicas, aguce su ojo de águila y descienda veloz para atrapar su presa en el momento en que juega con él.
No es malo ocultar las realidades adversas. Todos lo hacemos en nuestra cotidiana tarea de construir la propia imagen. También lo hacen todas las colectividades y las naciones. La historia propia suele ser panegírica y la de los demás, por lo menos, crítica. Así se forjan los héroes, muchos de ellos verdaderos y otros no tanto. Las incursiones de Abella por estos caminos dejan maltrechas a no pocas figuras.
La investigación de Abella nos muestra las rapiñas y pendencias entre los allegados de las víctimas de Morillo por la repartición de los bienes después de cada una de las ejecuciones de los sublevados.
El manotazo que Francisco de Paula Santander le da a Hato Grande, hoy especie de casa presidencial de verano, nos muestra los procedimientos de “don Dinero” en la empresa independentista. El cura Bujanda, venerado y exitoso párroco de Cajicá, había testado a favor de la parroquia. Era español
y realista no activo, como ciudadano normal de su patria.
Se le acusó por ello, se le desterró, a los Llanos, donde pronto murió, y la hacienda que era de su propiedad pasó poco después a la del Excelentísimo señor Vicepresidente.
No contesta Abella los grandes interrogantes que formularon tanto el Libertador como Santander sobre la forma como Francisco Antonio Zea logró hacer desaparecer el dinero de los empréstitos, obtenidos con el respaldo del crédito de la nación recién nacida.
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